En la parte 1 de este escrito, habíamos terminado con un
ejemplo que hablaba de la IDENTIFICACIÓN
de uno mismo con una publicidad.
Ahora bien, ¿acaso no nos identificamos con casi todo? Con el
semáforo que miramos, con la chica que pasa, con el cartel que leemos, con la
chica que pasa, con lo que dice alguien con quien conversamos, con el árbol,
con la parte trasera de la chica que pasa… y tantas otras cosas, como la chica
que pasa. O sea, nos “convertimos” en eso que observamos o escuchamos. ¿Y
nosotros? ¿Dónde estamos? En el escrito anterior decía que somos el sujeto
tácito, como en el análisis sintáctico de la oración. Damos por sentado que
allí estamos. Pero es como si no lo estuviéramos. Intentar comprender esto es
muy importante. Solo voy a decir que es tan importante observarse como observar
alrededor, y en lo posible, AL MISMO TIEMPO.
Y hablando del afuera, la cantidad de influencias externas
que tenemos son una gran causa de que nos identifiquemos (a esta altura
recordaremos cuantas veces dijimos que nos “identificamos” con tal cosa)...
Rara vez sean una interesante influencia. Por ejemplo: alguien que nos hable de
una religión de manera fanática o con el librito en la mano, solo repite
rituales y puede que hasta nos esté faltando el respeto sin insultos. En
cambio, si alguien nos habla de la misma (o de otra religión) dándonos su
propio punto de vista o enseñándonos ciertas características de esa creencia,
nos está enriqueciendo.
Continuando con la consciencia de sí mismo, tenemos que tener
en cuenta algo muuuuuy importante. Pero extremaaaaadamente importante… bue, re
exagerado. Aunque en serio, es una clave para enfrentarse a la loca-mente:
detectar la cantidad de pensamiento que pasan por la misma. Sí, tal vez miles.
Unos desconectados de los otros. O tal vez no tanto. Sin embargo, la realidad
indica que estábamos mirando una olla y terminamos pensando en tal persona que
nos hizo una que no la podemos perdonar. Y la olla quedó solitaria y sin
nuestra atención, pobrecita… Quiero decir que nos olvidamos completamente de lo
que hacíamos. Me acuerdo unas cuantas mías. De ayer incluso. Alguna de hoy, tal
vez, aunque no viene al caso.
Retomando, el detectar estos pensamientos puede hacer que nos demos cuenta de algunos que son
justificaciones. El ejemplo que voy a poner es duro:
Sabemos que… perdón, saben
que los que comen carne (yo también, pero como no como, me quedo al
costadito) están comiendo cadáver de animal. “Pero si todos lo hacen”. “Pero si
de todas maneras van seguir matando vacas”. “Pero si”…
Todos estos peros, “amortiguan”
el impacto que tendría en nosotros si tomáramos real consciencia. Como sé que el
de comer carne es un tema delicado, más conflictivo que hablar de política,
religión y fútbol juntos, me hago cargo, por ejemplo, de comer derivados como
lácteos y huevos. También, por supuesto, con sus justificaciones
correspondientes… En todo caso, piensen como justificamos el no mandarle
mensaje a “esa” persona tan especial o amigo. “Yo no le voy a mandar hasta que
no me pida disculpas”. “Siempre le mando, que me mande él/ella”. Y bla, bla,
bla. Y nosotros que nos morimos de las ganas de mandar el wts… ¿Es mejor
quitarse esas ganas y encontrarse con la realidad o seguir quitándonos energía
con el falso orgullo?
Continúa en la tercera y última parte.