Muchas veces he escuchado que los argentinos somos hijos del
rigor. Bueno, también han dicho que somos los más corruptos, los más de los más
(más bien, los más de los menos, pero bueh), etc. Pero en realidad, esto
alcanza a la humanidad entera, no solo a una pequeña porción de ella. Vamos a
ver como es este asunto.
¿Cuántas veces hemos pasado por situaciones en las que nos
advierten que no hagamos tal cosa y hasta nos explicaron el por qué y nosotros
vamos y la hacemos igual? Hijos/as del rigor, entonces, que elegimos aprender
por el sufrimiento... Aunque es cierto que, a veces, no recibimos una sana
advertencia sino EL MIEDO DE LA OTRA PERSONA
POR SU EXPERIENCIA VIVIDA EN UNA SITUACIÓN SIMILAR A LA
QUE NOS VAMOS A ENFRENTAR NOSOTROS MISMOS.
¿Se entiende lo que expliqué? Pregunto porque ahora yo lo entendí perfecto,
pero también me pasa algunas veces que cuando releo lo que escribí, tengo que
hacerlo en unas cuantas oportunidades hasta lograr que las 2 (dos) neuronas
hagan contacto y algo capte. Y sí, ocurre que la mayoría de las veces cuando
uno escribe, lo hace “inspirado”, con las neuronas más activas que lo habitual
(ahora va en serio en serio).
Retomando el tema: hagamos de cuenta que uno tiene que ir a
hacer algún trámite. Tal vez, alguno de nuestros padres nos aconseje de mil
maneras porque el/ella tuvo una desagradable experiencia cuando tuvo que
hacerlo. ¿Por qué tenemos que creer que a nosotros también nos va a pasar eso?
Tal vez, nos pase algo peor, ¿no? O, a lo mejor, ni siquiera tenemos problemas.
Entonces, ¿qué hacer? Mi consejo, para variar, es intentar buscar el punto
medio. En este caso, sería tomar esa vivencia de otra persona y dejarla por ahí
cerquita (en el cerebro) por si tenemos una experiencia similar. Pero no
pre-disponernos negativamente, porque recordemos que PENSAR ES CREAR. No nos
creemos algo feo... pero a la vez, seamos prudentes y tengamos a mano una
solución de alguien que haya pasado por allí. Ejemplos hay muchos, pero lo
importante de esto es realmente LA
PRÁCTICA de lo escrito hasta acá (como redunda este escritor,
parece disco rayado, eso lo dice casi siempre)...
Ahora, hagamos un alto y recordemos las veces que recibimos
advertencias/avisos sobre algo.........................
(Los puntos y los espacios están para que recuerden, pero si
ya lo hicieron, sigan leyendo).
Ahora, fijémonos en la infinidad de veces en las que nos
advirtieron sobre tal situación y cómo proceder y en cuantas realmente tomamos
el consejo. Variados resultados obtendremos, pero lo más seguro es que ni
remotamente seguimos el punto medio: o nos rebelamos y no tuvimos ni un poquito
en cuenta lo que nos aconsejaron o simplemente seguimos al pie de la letra lo
que nos dijeron. Entonces... ¡¡¡Hijos del rigor!!! Por no haber tenido
prudencia, que sería tomar un poco de esto, otro poco de aquello. Y el
resultado fue otra mala experiencia, para que cuando seamos más grandes,
nosotros seamos los que atormentemos a los más jóvenes (claro que no siempre
serán malos resultados, pero me estoy centrando en cuando no salen las cosas).
En todo caso, si somos capaces de analizar la situación, en ese momento o más
adelante, nos daremos cuenta solitos de los errores.
Entonces, punto medio y prudencia (palabra con connotación
negativa, pero sabia, verdaderamente) serían las claves.